QUE SUERTE TENGO

Hay un gran privilegio en el ser humano de poder salir feliz de una obra de teatro. En una época de constante aceleración con mensajes superficiales que abogan por la inmediatez, se agradece que este musical de «Tocando nuestra canción» que tienen la suerte, y es una palabra que utilizaremos mucho en esta crítica, de disfrutar hasta el 14 de julio hable de esos aspectos que nos hacían enfatizar la ilusión en los años 90 cuando proliferaron en nuestro país las comedias románticas.

En ese estreno que tuve la suerte de vivir en el Teatro del Soho Caixabank, me volví a convertir en esa Natalia adolescente que marcaba en su libreta frases románticas que deseaba que alguien que la quisiera le dijera en esa época. Recuperé ese espíritu libre de vivir el amor sin miedos, llegando a la locura y entendiendo que, mediante las energías arrolladoras, se puede contagiar hacia los demás con la intención de sacarles lo mejor de su ser y caminar hacia un rumbo optimista.

Este milagro conseguido con un musical, que los que me conocéis sabéis que no es mi género ideal ni favorito, ha sido posible por muchas causas indiscutibles. Aunque la más fundamental para mi es un elogioso y visible trabajo en equipo. En muchos de mis textos hablo de protagonistas, hablo también de intérpretes que ayudan a lucir a los importantes de la historia o de alguna característica técnica que me haya llamado poderosamente la atención. Y aquí no puedo hacerlo. Es el trabajo en conjunto lo que consigue el maravilloso resultado de vivir esta experiencia emocional, que viaja por terrenos escurridizos que ni siquiera podríamos imaginar que salieran a relucir.

Un cuidado exquisito en la dirección llevado a cabo por Antonio Banderas, quién es la propia Sonia Walsk que ha enloquecido con su entusiasmo a todos estos profesionales, contagiados de una manera profesional y bella, para ejecutar un magnífico montaje. Una escenografía que actúa como un personaje más logrando esa modernización con los mapping, ubicando al espectador a la perfección en cada escena y jugando como un elemento que ayudaba a continuar ese ritmo frenético que no debía parar, pero que también premiaba esa manera más dócil de sentir y contemplar las cosas. Se agradece que esa relación viva su propio tempo, de pianíssimo fortíssimo, y eso es mérito de una batuta que se preocupa porque el público viva un viaje, sin que haya acelerones que nos dispongan enseguida de todo lo que ansiamos que suceda. Una calma teatrera muy placentera.

Musical_SOHO_Foto_Daniel_Perez_81Aparte que era un musical que no conocía, me he dejado llevar de una manera muy tierna y especial por el libreto de canciones de esta obra. Tienen mensajes que llegan a esa alma de la que tanto se habla durante la función, recupera esa ingenuidad que perdemos con los años y logra sacar lo mejor de los actores que las mimetizan con su talento.

Y finalmente llegamos a la parte fundamental de la razón por la que «Tocando nuestra canción» debe ser vuestra opción cultural en alguno de los días que tengáis la suerte de decidir venir a verla. El elenco artístico. La historia habla de Vernon y Sonia, dos roles con sus propios miedos. Un compositor con miedo al compromiso por sus experiencias pasadas que se ha refugiado en su éxito musical y no busca sorprenderse de la vida, hasta que el alma compositora como muchas de las letras que forman parte de nuestro ideario y propia biografía, llega en la piel de Sonia que derrocha ilusión por todos los poros de su piel, y aunque no ha tenido los resultados deseados en su camino elegido, nunca se rinde a seguir luchando por el amor y por la música. Por escribir de lo que siente, y contar con un maestro que pueda dar esa luz musical a sus palabras. Parecen dos polos opuestos, el intrínsecamente melódico frente a la energía insaciable, pero al final son dos gotas de agua que se funden en la necesidad de su propia química y feelling.

Ver construir y evolucionar ese vínculo entre María Adamuz y Miquel Fernández es de las cosas más preciosas que he podido vislumbrar en una obra de teatro. Las miradas eran únicas, ese miedo al leve roce que luego se transforma en fuerza irresistible, y especialmente la química cantando. La energía de sus cuerpos y de su voz en cada canción que querían dedicarle al otro, porque yo no he visto simplemente la labor de dos artistas, más bien dos seres con corazón que se han divertido con sus personajes y les han otorgado un respeto que como espectadora ha sido un lujazo y suerte de recibir durante toda la representación. De Miquel me he enamorado de sus locuciones con el walkman porque es un contador de corazón increíble, y cuando canta en susurro me enamoraba cada vez más de su voz. Y reconozco que muchas de sus delicidas palabras de Vernón a María están subrayadas en mi libreta de Natalia adolescente. Y de María me ha encantado como ha creado una locura enigmática junto con una gran presencia escénica. Ella ha crecido mucho como artista en este rol, y me ha encantado ser testigo de ello. Tanto María como Miquel han sacado mis emociones más emotivas junto con todo ese coro de Vernons y Sonias, que no lo han podido hacer mejor sosteniendo y estando como sombras, siendo toda la luz que necesitaban para que la historia tenga tanta verdad y despierte esas risas necesarias que la comedia precisa, tanto por esos bailes frenéticos que quiero copiar este verano como por esas coreografías tan bien ensayadas que daban ese punto de musical con elegancia, estilo y alegría.

El humor es otro punto interesante que forma parte de todo lo imprescindible de «Tocando nuestra canción», y especialmente entre músicos creo que se puede encontrar la identificación más curiosa porque todo se mueve en un entorno donde las musas y la capacidad de crear se ponen en solfa en todos los diálogos y canciones. Ese espejo donde los músicos pueden verse reflejados, e integrarse con unas sonrisas agradables que tardan en quitarse del rostro,  pero también para el resto de la sociedad refleja un esfuerzo concienzudo por tener un resultado final con emociones de todo tipo a través de este género. Atentos a tantas referencias que en puntos de ironía y guiños van a aparecer en todo el espectáculo, y que permiten devolvernos esa añoranza preciosa por esos años en los que primaba contar este tipo de tramas.

Me hacían falta todas esas sensaciones bonitas, que como me pasa con los trucos de magia, no les busco explicación. Ha sido una moraleja de recuerdo para que no me olvide de mis metas y sueños, sean emocionales o personales. Viajar con Sonia y Vernon sin expectativas ha sido un viaje que me ha dado la mayor de las suertes que tengo: ser capaz de ser feliz con el teatro, tanto que no se vivir sin su alma.

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