Atrapar, según el diccionario de la Real Academia Española, se define como «coger con soltura algo que ofrece cierta dificultad». Aunque bien podría acogerse otra definición: lo que hacen Fernanda Orazi y Emilio Tomé en «Barbados etcétera». Quizás de los mejores ejercicios teatrales que he podido sentir en todos los años que este arte me ha atrapado con cientos de personajes e historias encima de un escenario.

Sus personajes utilizan los elementos esenciales pero más simples para emocionar de verdad, para que tu sensibilidad más oculta salga a flote y no tenga escapatoria a la hora de reconocer, enseguida, cada una de las historias, imaginaciones y sueños que salen de los diálogos tan absorbentes de los dos intérpretes. Son una pareja típica pero no utilizan los recursos más fáciles que uno podía pensar para hacer llegar al público su tristeza y esa decadencia de llegar a un punto, donde no quieres ni pensar ni posicionarte pero que todos reconocemos, y lo que usan es la técnica más poderosa que tiene el teatro, la imaginación.

Al principio, una fantasía erótica de cristal esmerilado y un tapicero, después la creación del ideal masculino desde nuestra tierna adolescencia, con unas referencias vintage que se permite el genio Pablo Remón y que despiertan esas sonrisas necesarias que siguen sirviendo para sentir de la manera precisa todo el abanico atractivo de las personalidades de este hombre y esta mujer y, finalmente la situación actual. A nadie se le habría ocurrido llegar de esta manera fantasiosa pero, a la vez, tan auténtica. Son trucos de brillantez actoral que funcionan a la perfección con unos diálogos donde encaja absolutamente el humor, la tristeza, la repetición que llega al corazón por la entonación de Fernanda y Emilio y, en lo más destacable, los silencios. Qué difícil es su uso y que maravilla de disfrutarlos entre la sonrisa de ella y la mirada penetrante de él.

La labor de ambos no es sólo plantarse tan cerca del público y desnudarse de esa manera que hace que no haya nada mejor que estar sentando disfrutando de su interpretación, es sobretodo aprenderse y hacer tan suyo un texto que lo bailan con su voz y sus gestos y hace que no se equivoquen en los pasos, y que el baile tenga un resultado sin contratiempos. Fernanda Orazi menciona en su primer relato que su ensoñación puede verla a través de un cristal esmerilado, donde entra la luz pero no se ve la imagen, pues el público contempla delante de ellos un cristal transparente, nos llega su luz y no podemos reprimir la imagen de nuestras emociones, todas positivas aunque se derramen lágrimas de esas en las que el desahogo ayuda a limpiar algún dolor personal. Y qué maravilla que el teatro y esta imprescindible pieza que es «Barbados, etcétera», lo logre a través de su viaje mágico pero tan de verdad.

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