LA FUERZA DEL AMOR DE ESTAS CLÁSICAS REBELDES

Nunca podía imaginarme que un espacio natural podía hacer brillar más una función poéticamente, líricamente e interpretativamente tan soberbia, y que debemos conseguir que no vuelvan a esconderse en el olvido para perdurar en nuestra memoria. Viví una noche muy especial en la Casa Palacio Juan Jedler para disfrutar de «Me trataste con olvido. (Clásicas en rebeldía)».

Siempre se habla del Siglo de Oro como la época más reluciente y esplendorosa de nuestra creación española, y en ese recuerdo sobreviven los autores universales más conocidos. De un tiempo a esta parte estoy feliz que inquietos iluminadores y estudiosos quieran darle el lugar que se merecen a autoras que hablaban de libertades y derechos por los que aún seguimos luchando las mujeres, y cuya pluma ya despertaba esas consciencias que tienen que estar en su sitio en nuestra cultura española. Ha sido el caso de Raúl Losánez, quién encargándose de la versión teatral de las palabras de María de Zayas, Sor María de Santa Isabel (Marcia Belisarda), Leonor de Cueva y Silva, Catalina Clara Ramírez de Guzmán, Ana Caro Mallén, Violante do Ceo, Luisa de Carvajal y Mendoza, Florencia del Pinar, Sor Juana Inés de la Cruz, Hipólita de Narváez, Isabel de Vega, Juana de Arteaga, Sor Ana de Jesús, Luisa Sigea y Sor María de San José, más alguna cosecha propia también rebelde, logró poner mi mirada en querer descubrir aún más de este patrimonio emocional tan interesante, y me ha despertado una conexión de ideas que muchas veces no hallo jamás en esta contemporaneidad de tiempos fastuosos, y poco complacientes.

Las voces son de poderosas mujeres que han hecho del verso narrado y cantado un arte ingenioso y que cala hondo cuando estás en el patio de butacas disfrutándolas. Natalia Millán y Maria Besant, juegan con la experiencia frente a la ilusión, la razón frente a la inocencia, la serenidad frente e la ilusión pero en todos sus juegos entre ellas e individualmente, hay amor. Pero no el amor del rescate de una mujer que necesita un hombre, si no que hay otros diferentes amores plasmados en una época donde no lo tenían fácil, ni siquiera para ser autoras de sus propios escritos, y me llenó especialmente cómo cultivaron el amor propio. Una posición que es lo principal para poder tenerlo cada uno en su vida como quiera, y que ellas desde la lejanía de la época pero en la cercanía de lo certero de la realidad supieron reflejar para expresar unas posiciones que las hacía humanamente increíbles y dignas de estudio. Por cierto, muchas veces cuando las actrices se apoyaban en la columna y dirigían la mirada al público eran instantes realmente de ensueño para seguir con esa magia clásica, y seguir escuchando sus voces. Me quedo con dos instantes brillantes en el que se expresa «la bendición de la libertad pudiendo querer a todos y a ninguno» y  también el canto a una «bella pastorcita de oro», que me fascina cuando pasan a mi imaginario de recuerdos imborrables.

En esta propuesta dirigida por Ana Contreras, los dos hombres en escena actúan complementando lo que ellas deben decir en escena. En el caso de Miguel Huertas dando esa música desde el piano precisa, adecuada, romántica y permitiendo que esos intermedios entre un texto y otro fueran relajados, y con ritmo que no cesaba pero que a la vez mantenía la paz y la calma precisas. Pero la genialidad está en el trabajo corporal de Ricardo Santana, un descubrimiento personal que me transmitío muchísimo desde su mirada y desde su posición corporal provocando unas imágenes totalmente bellas, que en ese espacio y con esa luz, eran fotos constantes para admirar en cuadros absolutamente emocionantes.

El objetivo es claro, en ninguna generación debemos permitir que vuelvan al olvido las mujeres desdichadas mudables. Que esas raíces que son un leitmotiv que acompañan durante toda la representación sigan brotando en flores de diferentes colores pero queriendo expresar amor, en diferentes capas y superficies. Y que esas zagalejas, descubriendo esta obra con la edad que tengan, sean advertidas para huir de amores que las traten con olvido.

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