El título de nuestra crítica juega al mismo doble sentido que el de Ernesto Caballero. Al que utiliza nada más empezar la función con el personaje de Carmen Machi, mundialmente conocido por su faceta televisiva y con el que la actriz interpela al público esperando la afirmación del mismo sobre la propia popularidad de la vida real de la intérprete que se conjuga con el del rol que interpreta, la monja Sor Ángela.

Y este texto del dramaturgo nos deja a cuadros porque verdaderamente constituye una obra de vanguardia como la que defiende bajo el epígrafe del entendimiento del arte. Es contemporánea por la estructura de la función y por la propia evolución de la protagonista, que navega entre la transgresión y la tradicionalidad. Es al mismo tiempo, lo acertado y lo complicado de «La autora de las Meninas». Si tienes un bagaje teatral de mucha experiencia, vas captando los códigos aunque reconozco que, en ocasiones, con suma dificultad y si no se tiene tanto, la labor de Carmen Machi es tan sublime y atrayente, que únicamente por las pinceladas que te va aportando durante las casi dos horas de función, merece la pena disfrutar de esta representación.

Otro de los aspectos importantes es que descubrimos un texto altamente documentado por la propia faceta de Ernesto Caballero como licenciado en Historia del Arte, pero no sólo eso. Igualmente, hace un discurso político de actualidad con una enjundia considerable, así como un vocabulario bastante inusual que permite la consideración de encontrarnos delante de un trabajo especialmente diseñado para educar y emocionar, a través del teatro. Una de las funciones que siempre buscamos en este arte.

Los elementos del discurso tiran hacia muchas vertientes, de ahí mi inciso en la alta concentración que tiene que realizar el espectador de lo que va sucediendo. Si se pierde cualquier detalle, habrá diálogos o repercusiones que no obtendrán sentido y, por tanto, el público puede desconectar hasta el final de la obra. Eso pasa aún a pesar de que Carmen Machi hace un ejercicio brutal en su papel de Sor Ángela. La lleva hacia todas las capas que ella quiere, adquiere su hábito y marca una generosidad pasmosa en su entrega hacia una personalidad tan complicada que navega entre la vanidad, la timidez o la ingenuidad. Y hacía más sitios insospechados, pero ni se me ocurre revelar absolutamente nada. Ella consigue que todos estemos pendientes,y aunque nos podamos descentrar de toda la densidad que contiene, vuelve a captar nuestra atención y sorprende a cada instante que aparece en escena. Un valor seguro de alta calidad escénica.

La función marca muchos posicionamiento a raíz de la historia del encargo de copiar Las Meninas que el Estado le pide a esta monja, Sor Ángela, para que se pueda vender el original de Velázquez y obtener presupuesto para la ciudadanía en el año 2037. Este núcleo es el que le sirve a Ernesto Caballero con una audacia pasmosa y un arduo trabajo esquemático de todo lo que contiene «La autora de las Meninas», para tratar los temas de cómo una persona lleva la condición vanidosa en su pensamiento, una crítica hacia los tradicionalismos y hacia los que presumen de conocer absolutamente la contemporaneidad, un abanico político que se me antojaba innecesario en buena parte del desarrollo de las acciones y despistaba por su actualidad de 2017, frente a que nos encontramos 20 años después y aparte por mencionar aspectos que, en mi opinión, no tenían que ver mucho con lo que se estaba contando y, por último, resaltar el valor que le damos a ciertas actitudes para que sean mediáticas y del agrado de muchos espectadores, y que no son del todo racionalizadas.

Y aunque no lo parezca, todo ese contenido está en la acción teatral, así como ese repaso a nuestra propia Historia del Arte, con curiosidades añadidas y un peso brutal llevado por Carmen Machi, respaldada cuando lo precisa por Mireia Aixalà y Francisco Reyes, pero la reina de la escena es ella y es la que da sentido a todo este delirio escénico e interpretativo.

Es un riesgo en como digo la vanguardia y un esquema más modernista para narrar todas esas inquietudes que seguramente marcaban la mente de Ernesto Caballero. Lo ha asumido y al igual que las obras de arte que expone, tiene la posibilidad de que el público se quede a cuadros del asombro o del desentendimiento. En cualquier caso, yo siempre apuesto por los que asumen esos retos y ha sido un gustazo ser una visitante de este Museo del Prado que aprenderá a mirar con diferentes ojos al mundo del arte. Y al cuadro de Las Meninas, más.

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